Una crónica patrimonial
Alguien, en algún momento de la cotidianidad de la franciscana ciudad de Quito, acuñó la frase: “Quito, relicario de arte en América”, y tuvo mucha razón; es, sin dudarlo, una galería arquitectónica que despliega monumentales templos o iglesias enclavadas a los pies de una obra majestuosa de la naturaleza, el gran Pichincha. Hay un vasto abanico de estilos que se conjugan con la fe católica de sus gentes y las plegarias vertidas en estos sacrosantos lugares.
Por doquier del casco colonial, se levantan las iglesias con un simpar ambiente frio que cobija la vieja ciudad y trata de combinar lo añejo con los afanes cotidianos y el bullicio del tráfico vehicular. Así es la capital del Ecuador, eterna y única.
EN EL TRANCE FINAL DE ESTE ESCRITO, HABLAREMOS DE LA BASÍLICA DEL VOTO NACIONAL, QUE ES EL TEMPLO QUE CUSTODIA LA CONSAGRACIÓN DEL ECUADOR AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.
La iglesia mayor o catedral es un arco iris de estilos, barroco en sus pinturas y esculturas; mudéjar en sus abovedados arcos, influencia morisca por los siglos de domino árabe de la España de la conquista y colonia; rococó en los torneados del pan de oro y la ligereza de los detalles naturales; neogótico con arcos apuntados y ornamentos muy elaborados, y el neoclásico con sus escenas tan humanas. Su interior guarda una exposición permanente de la escuela quiteña, cada recodo de su nave interior refleja la magnificencia de los artistas y maestros indígenas y mestizos que crearon tal magna edificación donde propios y extraños se regocijan y extasían por su belleza. Es una sólida construcción quizá una súplica eterna al gran hacedor.
“Como todo lo humano, cada uno de los templos presume y denota la filosofía y los deberes teologales”.
Como todo lo humano, cada uno de los templos presume y denota la filosofía y los deberes teologales, de los distintos pensamientos de las órdenes eclesiales: así los mercedarios con su iglesia de La Merced, los dominicos la iglesia de Santo Domingo, los jesuitas con La Compañía de Jesús, los franciscanos con el templo de San Francisco, los oblatos con el templo mayor, la Basílica del Voto Nacional; cada una con su santo patrono y con su propia feligresía. Cada iglesia de Quito guarda para sí angustias, pesares, vivas y vítores por milagros, agradecimientos y, sobre todo, el clamor a Dios por la esperanza de mejores días. No podemos dejar de lado a los agustinos con la Iglesia de San Agustín, ubicada en el centro del epicentro quiteño –la calle Guayaquil y Chile– que guarda la Sala Capitular en donde se firmó el Acta de la Independencia el 16 de agosto de 1809, luego del primer grito de independencia del 10 de agosto del mismo año.
En todo caso, como lo dijimos, cada templo guarda distinciones en sus formas así sea, La Merced, en la esquina de las calles Chile y Cuenca, venera a la Virgen de las Mercedes, que los militares tienen como patrona, y; su interior rebosa en pan de oro además de una hermosa arquitectura, que ostenta la imaginería de la escuela quiteña, con cuadros de ilustres como Mideros, Caspicara, Salas, entre otros que denotan una maestría sin igual en sus obras.
Estar allí no es solo turismo; es algo más como viajar hacia dentro. No hay señal de celular, ni cafeterías, ni filas de turistas con sombreros de ala ancha, hay humedad, barro, y viento, y belleza cruda hay que merecerla. Por eso quizá no todos llegan pero quienes lo hacen, entienden.
Si de hacer turismo religioso se trata, Quito es su mejor destino. El templo de San Francisco, en seguidilla por la calle Cuenca, con una plaza que lo precede… este es el trabajo que, según la leyenda, pertenece a Cantuña, el maestro mayor… él, el del pacto con el de los cuernos. Algunos historiadores afirman que se asienta sobre las ruinas del castillo de Atahualpa. San Francisco es la iglesia del centro que más feligreses recibe a diario, todos en busca del Jesús del Gran Poder —el mismo que sale a recorrer las calles de la Carita de Dios en Semana Santa— y que siempre, siempre… los comunes, como la abuela y la madre mía… siempre lo invocaban. Es decir, es él… el propio, el que más peticiones y velas recibe cada día. Los extranjeros, asombrados, toman fotos y videos de la feligresía y de su procesión diaria hacia el rito de encender las velas para peticionar al Nazareno. Además, como colofón, los retablos, su diseño, y la grandeza de sus abalorios y representaciones icónicas —obra de nuestros escultores y pintores de la afamada Escuela Quiteña— no escapan de los selfies y videos que se llevan, gustosos, propios y extraños como souvenir.
Pie de Foto: Iglesa de San Francisco. Foto: Mathlews Rodriguez.
Sus trabajos denotan un manejo y una técnica muy refinada, que tiene como principio la calidad y el acabado perfecto, con depurados estilos propios y autóctonos en conjunción con lo indígena e hispano, todo un sincretismo artístico. Caminando hacia el sur de la ciudad, al pie de la Virgen de Quito que se alza en el Panecillo, en la plaza de Santo Domingo se encuentra la iglesia del mismo santo. Los lunes por la mañana, las gentecitas, antes de iniciar sus tareas diarias, se aprestan presurosas a la misa de San Vicentico, donde se lanza agua bendita con una mano y con la otra… se purifican las almas y se calma la sed de milagros. Todo el conjunto del voluminoso templo de Santo Domingo, catapulta a uno al pasado de los conventos coloniales. Lo sobrio y lo inmaculado de su entorno sustraen al espíritu hacia la oración; al tiempo que sus paredes hacen imperceptible el ruido mundano, y su púlpito, de seguro, ha sido testigo de innumerables sermones que llamaban a la contrición y al recato en las horas del ángelus. Los talladores hicieron grandezas y proezas con sus finos manierismos y colores de expresión simbólica. En lo particular, es un templo muy —pero muy— de mi gusto porque guarda en su interior, como muchos templos quiteños, bóvedas sepulcrales de sacerdotes y afines; sobra también decir que resguarda el legado de nuestros virtuosos maestros de la Escuela Quiteña.
"Es un templo muy —pero muy— de mi gusto porque guarda en su interior, como muchos templos quiteños, bóvedas sepulcrales de sacerdotes y afines”.
De la iglesia de La Compañía de Jesús bien podríamos hacer un reportaje. Es, sin duda, el culmen de la exquisitez artística en Quito. Cada rincón alberga obras de valor incalculable: cuadros que narran con fuerza visual el dogma, el pecado y la redención. Entre ellos, destaca uno que, a juicio de quien escribe, evoca “El infierno de Dante”. Impresiona y estremece: cada escena retrata un pecador y su tormento, y al contemplarlo por primera vez uno se pregunta, quizás con inquietud... si en alguno de esos círculos no nos hallamos también. Y como todo lo humano es finito, cierro este recorrido con la Basílica del Voto Nacional, templo que simboliza la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. Es una obra monumental de arquitectura neogótica, iniciada en 1884 bajo el impulso del sacerdote Julio Matovelle, durante el gobierno de José María Plácido Caamaño. Inspirada en la catedral de Notre Dame y diseñada por el arquitecto francés Emilio Tarlier, su silueta sobrecoge desde el parque adyacente. Con una nave central que se eleva más de setenta metros, su interior conmueve y asombra. Cada piedra, cada vitral, cada rincón habla del amor del pueblo quiteño por su fe. En su próxima visita a la capital ecuatoriana, no deje de recorrer estos templos que testimonian la pasión religiosa y la herencia católica del Ecuador.
Pie de foto: Iglesia de Santo Domingo/ Foto: Mathlews Rodriguez.
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